María Magdalena Villagra es docente desde hace 36 años. Empezó enseñando catequesis en la iglesia del barrio, cuando todavía era muy chica. En su casa, el pizarrón y la tiza fueron una especie de legado familiar. “Mi mamá fue docente, de ahí viene esta vocación”, responde orgullosa.
Lo que jamás imaginó es que de un día para el otro iba a tener que enfrentarse a una pandemia con pocas (o ninguna) herramienta. La literalidad en este caso es significativa, porque en la escuela “Juan Antonio Medina”, de la que ella es directora, no hay -para empezar- señal de teléfono. En épocas de aulas llenas asisten 53 alumnos, todos vecinos de Horco Molle. En esos hogares no tienen computadora, así que pensar en clases virtuales, como en otros establecimientos, era una opción descartada. Lo que hicieron fue imprimir cuadernillos y repartirlos, uno a uno, a cada familia. Pero además fue necesario mantener la escuela abierta. “Porque además trabajamos como comedor, entregando viandas a los chicos”, cuenta “Maga”, como le dicen sus alumnos. Esa fue la mejor opción para hacer un seguimiento a la evolución académica de los estudiantes. Diecinueve son del nivel inicial y el resto se dividen entre primero y segundo ciclo.
“La pandemia fue un desafío enorme y no fue fácil. Asumí el compromiso de ir todos los días a ayudar a esas familias y acompañarlas. Pero también me hizo redescubrir mi vocación docente”, explica Villagra, que en los últimos meses fue, además de directora, maestra, cocinera y conserje de la “escuelita de madera”.
Cn el acto de colación, “Maga” sintió cerrado un ciclo. Tanto ella como los 10 estudiantes que pasaron a la nueva etapa despiden 2020 con deseos de un año diferente, cerca de sus amigos y maestros. “Quisiera que esta situación pase rápido y podamos tener las escuelas llenas de niños, que podamos reencontrarnos. Que se rían y jueguen en los patios”, pide “Maga” emocionada.